Los sucesos en Botswana han vuelto a sacar a la luz los
trapos sucios de la monarquía española. La prensa nacional e internacional
(veanse las noticias sobre el Rey en The New York Times) se ha hecho eco de las
críticas que se han planteado al rey y su séquito.
Claramente esta presión, junto a la indignación por parte de
los trabajadores de este país que ve como se dilapida el presupuesto en
caprichos, ha
provocado una reacción “inesperada” como ha sido la “rectificación” por parte
del monarca. Tenemos que decir que, a diferencia de la actitud chulesca que ha
tenido con sus opositores, destaca la imagen más débil; que no humilde y
honesta; en la que se encontraba.
Ante los procesos abiertos contra la institución como es el
caso Urdangarín, en el que el punto de mira no sólo está en Iñaki sino en el
propio rey y la infanta Cristina, y los escándalos como el de Juan Froilán; la
posición de la monarquía es más débil que antes.
No es casualidad tampoco como la clase dominante española
defienda a la Monarquía. Gracias a ella, después de la Transición, ha
conseguido uno de los mayores períodos de estabilidad social. Pero no solamente
eso, la monarquía ha jugado un papel importante en garantizar que las empresas
españolas continuaran su expansión por los 5 continentes. ¡Que pena que no haya
ayudado al pueblo en estos años!
Por estas razones, ante la crisis del sistema capitalista,
los empresarios mantienen fe ciega en el Rey y su institución. Un clavo
ardiendo que, en un momento determinado como ocurrió en los años 30, podrían
perfectamente soltar ante un auge mayor de las movilizaciones. En tal caso
apostarían por una República burguesa que mantuviera sus intereses.
De hecho, de forma errónea y siguiendo una concepción
etapista, muchos grupos alternativos plantean la idea de la III República en
abstracto sin ningún programa concreto de reivindicaciones por lo que en
realidad sería una república burguesa. Es un paso adelante con respecto a lo
que ha planteado Tomás Gómez o Rubalcaba; pero insuficiente ante los
trabajadores.
Mas, a diferencia de los años 30, el margen de acción que la
burguesía tiene primero para conseguir dicha republica y posteriormente para
mantenerla es muy pequeño. La crisis del sistema capitalista ha provocado que
hasta la republica más democrática tenga que hacer recortes para mantener los
beneficios de una minoría.
Queremos que la República valide su nombre de forma
auténtica. Que la gestión de la economía sea dirigida democráticamente por la
mayoría y no por la minoría. Queremos que la República esté en servicio de la
mayoría y no de la minoría; en definitiva queremos una República Socialista que
contenga las reivindicaciones de la clase trabajadora.
Para ello, más necesario que nunca, es olvidar a los quemados y oportunistas a un lado y pensar, al igual que luchar, por un programa alternativo que permita a la clase obrera salir del pozo de la crisis. Empezando por la necesidad de la expropiación de los medios de producción bajo control democrático de los trabajadores, eliminando el Ejército sustituyéndolo por el pueblo en armas, constituyendo consejos obreros en cada fábrica, empresa y centro de estudios... vamos un programa marxista.
Cuando personas oportunistas como Carlota Leret O'Neill se pavonean en un congreso llamando a "una republica de iguales" sin decir en que debe consistir y sin luchar por dicha republica en su país... ¡y encima gente que se autodenomina "comunista" la aplaude! Es que tenemos un problema en la definición de qué República queremos.